
En este teatro llamado vida: ¿Cuándo estamos listos realmente como personajes protagonistas?
- TLPianxs haciendo cosas
- 15 abr
- 6 Min. de lectura
De Bryan Zúñiga
En lo personal, me gusta el teatro, tanto ver una obra como ser parte de una, representando algún personaje. Soy tímido, pero siento que, en teatro, puedo sacar muchas partes de mi personalidad que, en la vida pública, no podría debido a esos frenos morales que todos tenemos y pienso honestamente que la situación es parecida para todos nosotros. Hay una frase que recuerdo de un curso de sociología, que llevé porque necesitaba escoger una materia extracurricular para completar un bloque semestral en la universidad; la cual dicta: “la vida es una obra de teatro”, atribuida en su esencia al sociólogo canadiense Erving Goffman. Él proponía en su teoría dramatúrgica que la gente actúa en sociedad como actores interpretando roles y como buenos actores estamos obligados a escoger el mejor vestuario y buenos diálogos para dar una buena impresión.
Goffman proponía también en su teoría dramatúrgica, de una forma metafórica, que nuestra identidad no es fija, sino que conforme vamos interactuando con otros personajes, se va rehaciendo constantemente. Además, dentro de sus propuestas, mencionaba que, en nuestras vidas, existen zonas de escena en las que dejamos ver nuestra vida pública y zonas de bastidores, en las que reservamos nuestra vida privada. Analizando esta metáfora propuesta por Goffman, en la que la vida es una obra de teatro, hay elementos como el lugar, el tiempo y la audiencia, los cuales hacen que la definición de nuestra identidad dependa hasta cierto punto de la aceptación de la audiencia; lo cual sucede siempre que sepamos manejar y proyectar hacia los demás los valores, creencias y normas que otros actores ya han interpretado cuidadosamente para tener éxito ante otras audiencias.
Siendo entonces que cada uno de nosotros debe manejar los valores, creencias y normas que la audiencia (la sociedad) ha prestablecido como moralmente aceptables y que elementos como el lugar, el tiempo y la audiencia hacen que nuestra identidad dependa de la audiencia, en situaciones de padecer de algún trastorno de personalidad sin saberlo, es difícil hacer malabares con todos los elementos anteriores; porque uno como actor de la vida no termina de definir su propio yo. Centrándonos en este momento de la obra, en el que recibimos nueva información para gestionar bien la escena, y manteniéndonos siempre en la metáfora de: “la vida es una obra de teatro”, nos podemos sumergir un poco en las implicaciones emocionales de recibir el Diagnóstico de TLP después de los 30 años. Para algunos actores, el diagnóstico puede dar sentido a años de emociones intensas, relaciones caóticas o patrones autodestructivos. Pero para otros, puede sentirse como una "etiqueta" abrumadora o incluso estigmatizante. Puede ser también que nos surjan dudas sobre nuestra identidad, el diagnóstico puede hacer que la persona en su rol de paciente y actor, cuestione quién es realmente, con una interrogante parecida a: —"¿Soy yo o es el TLP?"—, especialmente si ha convivido con patrones de conducta que ahora se entienden bajo otra luz.
Cuando nos avocamos a una reevaluación del pasado existe la posibilidad de caer en un dolor por lo vivido sin saber; muchos “actores” (pacientes) podrían sentir tristeza o rabia al pensar en los años perdidos sin el apoyo adecuado o por haber sido malinterpretados en diferentes escenarios. El diagnóstico puede motivar una reinterpretación de nuestra vida, dando un nuevo marco a eventos pasados y ayudándonos a entender relaciones fallidas, decisiones impulsivas o crisis emocionales.
En lo que respecta a las relaciones Interpersonales, puede surgir el miedo al estigma, debido a que existe el temor de ser juzgado, especialmente porque el TLP aún está rodeado de estigmas dentro y fuera del ámbito clínico. Por otra parte, pueden surgir también expectativas en terapia y vínculos al saber que hay herramientas específicas (como la Terapia Dialéctico-Conductual) que puede generar esperanza, pero también ansiedad por "tener que cambiar" (una vez más), ahora que hay un diagnóstico formal.
El diagnóstico del Trastorno Límite de Personalidad, nos puede abrir también el paso al autoconocimiento y a posibilidades de cambio. Enfocándonos en el empoderamiento emocional, es fácil entender que el diagnóstico del TLP puede ayudar a identificar patrones y trabajar en estrategias para gestionarlos. Es un primer paso hacia una vida más estable y consciente. También puede generar un sentido de pertenencia; a veces el diagnóstico conecta a la persona paciente con una comunidad (en redes, grupos de apoyo o terapia) donde finalmente se siente comprendida. Las emociones que pueden surgir debido al diagnóstico del TLP después de los 30 años pueden ser la tristeza profunda o duelo por la “vida que pudo haber sido”, también la culpa por relaciones pasadas, decisiones impulsivas, etc; asimismo puede darse el caso de que se manifieste la ira hacia el sistema médico, familiar o educativo y en el aspecto positivo puede surgir la esperanza por el comienzo de un nuevo camino con herramientas claras, pero también miedo al futuro por la percepción de “cronicidad” del trastorno. ¡Qué difícil puede ser recibir un diagnóstico de algún trastorno de personalidad sin conocerlos! Siento necesario en este punto, profundizar en el aspecto de que los trastornos de la personalidad son patrones persistentes de pensamiento, comportamiento y emoción, que difieren significativamente de las expectativas culturales y pueden afectar la vida personal, social y laboral.
Como último punto me gustaría profundizar en el impacto emocional de padecer comorbilidad entre trastornos de personalidad, lo cual puede ser profundo, complejo y a menudo difícil de poner en palabras. Cuando dos o más trastornos de personalidad coexisten, no solo se suman los síntomas, sino que se entrelazan, intensificando la experiencia interna del sufrimiento y dificultando la comprensión de uno mismo. Esto lo he constatado a través de mi diagnostico de personalidad límite en conjunto con el trastorno de personalidad histriónico. Para profundizar en los impactos emocionales más comunes cuando hay comorbilidad de trastornos de personalidad, podemos comenzar por la confusión de identidad en la que surge la dificultad para entenderse a uno mismo; las (que son a su vez pacientes y/o actores) pueden experimentar emociones y comportamientos que parecen contradictorios. Por ejemplo, alguien con TLP, muy emocional y con miedo al abandono y rasgos evitativos como la ansiedad social, podría sentir el deseo intenso de conexión y, al mismo tiempo, un impulso por alejarse.
Como segundo factor en la lista de impactos emocionales más comunes se puede mencionar Intensificación del malestar emocional, acá las emociones son más intensas, frecuentes y difíciles de regular. Esto puede llevar a diferentes crisis emocionales recurrentes, así como baja tolerancia a la frustración, ciclos de autocrítica, culpa o vergüenza y los síntomas de un trastorno pueden reforzar o chocar con los del otro, generando mayor inestabilidad emocional.
Como un tercer punto tenemos el aislamiento y soledad, cuando las características de distintos trastornos se mezclan, por ejemplo, desconfianza paranoide + dependencia emocional, las relaciones sociales se tornan aún más complicadas. Puede surgir además la sensación de ser “demasiado difícil de entender”, incluso para terapeutas o seres queridos; llevando esto a que, en ocasiones, las personas (que son a su vez pacientes y/o actores) se aíslan por miedo a dañar o ser dañadas.
Otro factor en los impactos emocionales más comunes cuando hay comorbilidad de trastornos de personalidad es la frustración con los procesos terapéuticos, puesto que algunos tratamientos que funcionan para un trastorno pueden no ser suficientes para el otro. Puede surgir también el sentimiento de estancamiento, manifestado en frases como “Nada termina de funcionar”. Es común que surja una mayor necesidad de abordaje terapéutico personalizado, lo cual no siempre está disponible o es fácil de acceder.
Tenemos también los problemas de autoestima y autoconcepto, debido a que las múltiples etiquetas pueden aumentar la sensación de "estar roto" o "no tener arreglo". También puede surgir un estigma interno bajo creencias negativas sobre uno mismo alimentadas por el diagnóstico dual. A veces hay una tendencia a sobreidentificarse con el diagnóstico, perdiendo de vista la parte saludable del yo. Y lamentablemente puede presentarse el temor al futuro y sentir incertidumbre sobre la posibilidad real de mejora. Así como el temor a “ser siempre así”, a no poder tener relaciones sanas, o a perder el control emocional en momentos importantes de la vida.
Dentro de lo poco que podemos controlar, nos podemos autocuestionar: ¿Qué puede ayudarnos emocionalmente? Como primera herramienta tenemos la psicoeducación para entender la naturaleza de ambos trastornos, lo cual puede reducir la culpa y aumentar la autocompasión. También existen terapias integradoras como la terapia dialéctico-conductual, la terapia de esquemas o la terapia basada en la mentalización; las cuales trabajan de forma flexible con la complejidad de casos comórbidos. Otro punto puede ser una red de apoyo emocional estable, aunque sea pequeña. Y finalmente espacios seguros para expresarnos sin juicio, como grupos terapéuticos o comunidades online bien moderadas. Regresando al punto de partida, para dar respuesta a la pregunta que nos hizo dar un recorrido por la jerga teatral, en este teatro llamado vida: ¿Cuándo estamos listos realmente como personajes protagonistas?, les podría decir que nunca se termina de crear y recrear el personaje pues siempre hay nuevas variantes para esta obra de teatro llamada vida.
Comments